La nación es el eje central de la
identidad colectiva. Mientras se encuentren seguros dentro de esta placenta
simbólica, el pueblo no tiene por qué dudar.
He aquí el salario de la arrogancia.
La tercera división. La tercera guerra
mundial de la humanidad.
Año 20xx después de cristo.
Mientras se sumaba a la ola de
expansión económica que acompañaba a su cambiante espíritu de la época
nacional, la pequeña nación insular de Japón comenzó a transitar el camino de
la remilitarización.
Una ideología nacional totalitaria. Un
control sobre la ciudadanía que prácticamente comenzó en el útero. Una
educación orientada a formar soldados leales. Un sistema optimizado para la
guerra. O al menos eso creía la gente.
Pero la pesadilla de la guerra superó
con creces sus predicciones, y las terribles cicatrices que dejó después
hicieron que la recuperación fuera una esperanza lejana.
Después de la guerra, los
sobrevivientes, desesperados por tener esperanza, tomaron la drástica medida de
dividir Japón en dos.
Este y Oeste. Bajo la dirección de sus
respectivos líderes, cada bando comenzó la reconstrucción. Estos esfuerzos se
centraron, inicialmente, en las zonas rurales, que habían sufrido relativamente
pocos daños, antes de avanzar hacia las ciudades, que habían sufrido con
diferencia los peores daños.
Este período estuvo marcado por una
serie de cambios políticos dramáticos, todos ellos orientados a cortar lazos
con el pasado y establecer una nueva ideología nacional.
El más emblemático de estos fue el
rebautizo de la antigua capital. Bautizada como las Tierras Viejas, esta ciudad
devastada quedó relegada al olvido.
Todos creían que esto abriría el camino
hacia un futuro mejor.
Cinco años pasaron.
Por desgracia, las grietas de las que
todos habían apartado la mirada se fueron haciendo cada vez más grandes y
pronto amenazaron con tragarse a la nación entera.
El repentino cambio de ideología había
dejado a los ciudadanos desconcertados, y el abandono de la antigua capital
había transformado las Tierras Viejas en un foco de delincuencia.
La podredumbre estaba demasiado
extendida como para que el gobierno pudiera contenerla, y el país todavía
estaba dividido en Este y Oeste.
Uno de los dos bandos acabaría
gobernando todo Japón, pero incapaces de adivinar las cargas implicadas, ambos
dudaron en seguir adelante.
Además, cada bando tenía una visión
distinta de cómo debía renacer la nación. Las conversaciones de reunificación
fracasaron una y otra vez, y así, el futuro pendía de un hilo.
El breve destello de luz al final del
túnel había comenzado a retroceder hacia la oscuridad.
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Muerte. Pensó que era hermoso.
Recordó bolsas para cadáveres y figuras
humanas envueltas como bebés en un suave abrazo.
Recordó haber bajado las cremalleras
para revelar los objetos inmóviles que había en el interior.
Así lucían siempre los soldados cuando
regresaban al refugio.
Le parecieron hermosos. Para él,
parecían estar dormidos.
¿Qué era la muerte de todos modos?
El cese de la función.
El corazón, los pulmones, y el cerebro
se detienen.
El cuerpo cae en un sueño interminable.
¿No era eso lo que significaba morir?
¿Pero eso era todo? ¿No había nada más?
Él mismo no tenía prisa por morir. Pero
tampoco tenía ningún apego particular a la vida.
Incluso si muriera abruptamente
mientras dormía, eso estaría bien.
Trató de imaginarse a sí mismo luchando
desesperadamente por sobrevivir.